Sigo a Sofía Rhei desde hace muchos años, me asombra su maravillosa creatividad y su energía desbordante. Ahora está metida en el proyecto que todo amante de los libros le gustaría tener —su propia librería—, en este caso una librería muy acorde a Sofía (que es un hada nacida en Halloween) especializada en cuentos tradicionales y leyendas que llevará el nombre de Stella Fabula.
Así que cuando dijo que iba a publicar «La importancia del quince de febrero» la apunté enseguida en la lista de deseos. Lo tenía todo para gustarme: comedia romántica con ese toque de realismo mágico que Sofía Rhei siempre imprime a sus libros y una portada maravillosa —obra de Fernando Vicente— con Sigmund, que se parece sospechosamente a Sofía y su gato.
¿De qué va «La importancia del quince de febrero?
Sandra Bru es una psicóloga que trabaja para la multinacional Zafiro, analizando los datos que su empresa extrae de internet —no del todo limpiamente— y catalogando los usuarios en distintos perfiles de consumidores para venderlos a otras empresas.
«No era el trabajo más ético del mundo, la verdad. Igual que le sucedía con el tabaco, Sandra fantaseaba con dejarlo prácticamente todos los días»
Sin embargo, ese deseo de buscar un trabajo que la llene no puede competir con el de encontrar novio, que se ha convertido en una obsesión. Sobre todo después de que su último novio la dejara el 15 de febrero, un día después de San Valentín. Esa obsesión —bastante insana, como la del tabaco— la lleva a montar una aplicación para unir parejas y encontrar a su príncipe azul. Pero la aplicación tiene consecuencias colaterales como la de convertirse en delincuente y liar en un problema gordo a sus colaboradores.
Comedia romántica con toques frikis
La historia de «La importancia del quince de febrero» responde completamente a la etiqueta de comedia romántica: un enredo, una base de humor importante y, por supuesto, el final feliz.
Un contenido importante de humor que se inicia en cuanto sabemos la relación casi filial que tiene Sandra con Asimov y que nos brinda chispazos de ingenio a lo largo de toda la novela, haciendo que en alguna ocasión llegues a soltar la carcajada. Personajes como la abuela de Víctor o la bibliotecaria empeñada en recuperar su libro son épicos. La página 328 es majestuosa. Hay párrafos divinos en su ironía como por ejemplo este:
«Sandra vio el miedo en los ojos de su colega. Se trataba del temor ancestral al hechicero de la tribu, al que es capaz de comprender los signos que para los demás no significan nada y controlar los elementos. En el siglo XXI, ese poder pertenecía a los informáticos».
En el libro se mueve la paradoja de Fermi, aforismos de Asimov… creo recordar que se menciona a Pratchett en algún momento, ¡hay incluso un párrafo de La historia interminable! Una delicia para los amantes de la comedia romántica y el fantástico, como los lectores de esta casa que es mi blog.
Los personajes
Jorge, el informático de la empresa Zafiro, que ayuda a Sandra a montar la app y se convierte en su socio, me recordó al prota de Enlazados de Rainbow Rowell, adorable y muy ingenieril en su forma de comportarse y de socializar (Enlazados es una comedia romántica que te gustará, si te gusta esta).
Sandra me recuerda en muchos detalles a la propia Sofía, no solo físicamente o en su gato. Juzgad vosotros mismos:
Los pequeños «peros» que le pongo a la novela —que no son «peros» grandes, leedla, que os entretendrá seguro— son los personajes de Joseba y de Víctor. Dentro de los clichés de la comedia romántica, está el amigo gay que asesora estilísticamente a la protagonista. Pensé que Joseba tendría, en este sentido, alguna vuelta de tuerca que lo sacará del cliché, pero no, Joseba es esencialmente eso. Y Víctor, el jefe de Zafiro, es el millonario perfecto, tanto que llega a perder la credibilidad. Sin embargo, le sirve a la autora para lograr algo muy importante: enseñar el lado tóxico de las relaciones sentimentales.
En resumen…
«La importancia del 15 de febrero» es una novela entretenida, divertida, original con la que pasar una tarde agradable de sofá y mantita. Por supuesto, si tu gato no es como Sigmund y te deja.
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