Imagen: Where the lights go out, de Rob Gonzalves.
Hasta hace un año, para mí, Brandon Sanderson era un tipo gordito que se ponía americana con camisetas de Batman y que no se lavaba el pelo. Sí, había llegado a mis oídos que había sido el escritor designado para terminar la saga de “La rueda del tiempo” que la muerte de Robert Jordan había dejado inacabada, pero la verdad es que solo saber que son veinte libros es suficiente como para que me dé una pereza de mil pares leerla. Por lo que no sabía si había concluido el encargo con honor o no.
También sabía que el escritor Eduardo Martínez, mitad del tándem que está tras “The OCCULT Herald”, no lo soportaba. Pero Eduardo suele echar pestes de todo lo que huela a Fantasía juvenil (Y a pesar de ello se ha leído “Leyendas de la Tierra Límite”, lo cual demuestra el cariño que me tiene).
Pero, por esos azares del destino, cayó en mis manos el primer libro de la trilogía The Reckoners: Steelheart y fue leer el primer capítulo y caer rendida en sus redes. A pesar de que apesta a Ciencia-ficción a un kilómetro.
Este todavía no lo he leído, aunque no creo que tarde mucho en caer. Pero no vengo hoy a hablar de Sanderson por la saga de los Reckoners, por mucho que ésta me haya gustado, sino porque acabo de terminar “El rithmatista” y, si sois fans de la literatura fantástica juvenil – sobre todo, si os gustó Harry Potter– no podéis dejar de leer esta maravillosa novela. Fantasía juvenil de la buena con un esquema de magia impecable.
Es de eso, de los esquemas de magia para novelas de fantasía juvenil, de lo que vengo a hablaros hoy. Porque es una de las cosas que he aprendido este año. Y creo que, como a mí, las reglas de cómo debe funcionar la magia en tus novelas, vienen bien a todos los escritores de Fantasía.
Brandon Sanderson da clases de escritura creativa (que pueden verse enYoutube, en inglés) y, en esas clases, desarrolló sus leyes de la magia. Fantífica las tradujo hace unos meses (haciendo una maravillosa labor que todos los que escribimos Fantasía le agradecemos). Y yo las voy a resumir muy brevemente aquí hoy porque las he estado repasando para la escaleta de una novela que aún está en pañales, pero, si tenéis oportunidad, no dejéis de leer los artículos más extensos de Fantífica, porque merecen realmente la pena. .
Las maravillosas imágenes que ilustran cada parte son las que separan las tres partes de “El rithmatista” de Nova Editorial. Una edición preciosa, con grabados en cada capítulo. Y esquemas trabajadísimos, que parecen dibujados a tiza (si la lees verás que la tiza es importante para los rithmatistas).
Primera ley de la magia
La capacidad de un autor para resolver un conflicto con magia es directamente proporcional a lo bien que el lector haya comprendido dicha magia
En otras palabras, la magia debe tener reglas. Y esas reglas, para que tú puedas usarlas en la resolución de los problemas en los que metas a tus personajes, debes explicarlas al lector. En este sentido, hay dos tipos de sistemas:
Los sistemas de magia blanda: como el que tiene El señor de los Anillos, en el que los poderes de los Magos son algo ajeno a nosotros. Como lectores, no sabemos el alcance que puede llegar a tener la magia. Pero ésta no sirve para resolver el conflicto. Todo lo contrario, la magia crea problemas que los pobres mortales –los hobbits– tienen que resolver. O dicho en cristiano: no permitas que tus personajes usen la magia para resolver una situación.
Los sistemas de magia dura: es un tipo de sistema en el que las reglas de la magia están perfectamente descritas. La magia es una herramienta, pero es el personaje el que resuelve, con su forma de actuar, el conflicto. Sanderson pone como ejemplo de un sistema de este tipo a los superhéroes. Sabemos cuáles son las herramientas de las que dispone Supermán, por ejemplo, de manera que el que las use no nos sorprende. Pero es su astucia y no la magia lo que salva al mundo.
Lo ideal es un sistema intermedio: un sistema de magia híbrido que pueda explicarse de manera sencilla, que es lo que Sanderson usa en “El rithmatista”. Por eso, resulta tan enganchante.
Segunda ley de la magia
Las limitaciones deben ser mayores que los poderes
Lo que va a hacer que tu lector empatice con el héroe de tu novela no es lo chachi que sea el héroe, sino lo que le cuesten las cosas. Superman no sería el héroe que es si no existiese la kryptonita.
La magia exige un esfuerzo al personaje (para ello, debemos ponerle restricciones).
Las limitaciones de la magia implican añadir tensión a la novela.
Y también tienen que estar detalladas con profundidad.
Hay cosas que la magia no puede conseguir (como decía el genio de Aladdín: “no puedo hacer que un alguien se enamore de otro alguien”).
La magia tiene debilidades. Y estas debilidades hacen que el personaje sea vulnerable.
Y, por último, el practicar magia debe suponer un coste al protagonista.
Si lees “El rithmatista” te darás cuenta de cómo todos y cada uno de los puntos son cumplidos por la magia rithmática.
Tercera ley de la magia
Amplía lo que tienes antes de añadir algo nuevo
Hay veces que las cosas –cuando escribimos una novela– no cuadran en el sistema de magia que hemos diseñado y tenemos la terrible tentación de añadir algo nuevo. Un sistema de magia ideal es aquel en el que el autor ha profundizado en unos pocos poderes y todas las ramificaciones que éstos puedan tener, en vez de sobrecargar el escenario con miles de poderes diferentes.
Tal vez, sea la ley más difícil de cumplir. Como dice el mismo Sanderson: “No te conviertes en pianista por tocar una canción, aunque llegues a tocarla muy bien. Así solo serás el tío divertido de las fiestas”. Lo mismo pasa con la literatura fantástica. Es difícil dibujar un escenario en el que todo cuadre, sin sobrecargar al lector de datos y datos sobre tu mundo. Es cuestión de practicar y practicar y practicar. Como cuando tocas el piano.
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